martes, 15 de septiembre de 2009

LA CONCEPCIÓN DEL MUNDO

Bakunin jugó un papel destacado en dos grandes períodos revolucionarios, que hicieron conocido su nombre en el mundo entero. Cuando estalló en Francia la revolución de febrero de 1848 que como ha dicho Max Nettlau había previsto el propio Bakunin en su valiente discurso de noviembre de 1847 con ocasión del aniversario de la Revolución polaca, se apresuró a presentarse en París y en el corazón del torbellino de los acontecimientos revolucionarios vivió probablemente las semanas más felices de su vida. Pero pronto comprendió que el curso victorioso de la revolución en Francia, dado el fermento de rebeldía perceptible a todo lo largo de Europa, suscitaría fuertes reverberaciones en otros países; por eso era de decisiva importancia unificar a todos los elementos revolucionarios y evitar la desintegración de esas fuerzas, sabiendo que dicha dispersión sólo trabajaría a favor de la escondida contrarrevolución.

La capacidad adivinatoria de Bakunin estaba por entonces bastante más allá de las aspiraciones revolucionarias genera les del momento, como se observa en su carta de abril de 1848 a P. M. Annenkov, y especialmente también en sus cartas a su amigo el poeta alemán Georg Herwegh, escritas en agosto del mismo año Y tuvo también suficiente intuición política para observar que era preciso tener en cuenta las condiciones existentes para abolir los mayores obstáculos antes de que .la revolución pudiera realizar sus metas más elevadas.

La Naturaleza es necesidad racional*. No es éste el lugar para hacer especulaciones filosóficas sobre la naturaleza del Ser. No obstante, puesto que he de usar la palabra. Naturaleza frecuentemente, es necesario que explique con claridad el significado atribuido a esta palabra.

Podría decir que la Naturaleza es la suma de todas las cosas que tienen existencia real. Sin embargo, esto proporcionaría un concepto de la Naturaleza totalmente privado de vida, cuando ella se nos aparece, por el contrario, como llena de vida y movimiento. Por lo mismo ¿qué es la suma de las cosas? Las cosas que existen hoy no existirán mañana. Mañana no desaparecerán, pero estarán completamente transformadas. En consecuencia, me encontraré mucho más cerca de la verdad si digo: la Naturaleza es suma de las transformaciones efectivas de las cosas existen y que se producirán incesantemente dentro de Su seno. Con el fin de hacer más precisa esta idea de la suma o totalidad adelantaré la proposición siguiente como premisa básica:

Todos los seres que constituyen la totalidad indefinida del universo, todas las cosas existentes en el mundo, sea cual fuere su naturaleza particular en relación con la cantidad o la cualidad las cosas más diversas y más similares, grandes o pequeñas, cercanas o lejanas efectúan necesaria e inconscientemente unas sobre las otras, directa o indirectamente, una acción y reacción perpetuas. Toda esta multitud ilimitada de reacciones y acciones particulares combinada en un movimiento general produce y constituye lo que denominamos Vida, Solidaridad, Causalidad Universal, Naturaleza. Llámesele, si se quiere, Dios o lo Absoluto; realmente no importa, siempre que no atribuyamos a la palabra Dios un significado diferente del que acabamos de establecer: la combinación universal, natural, necesaria y real, pero en modo alguno predeterminada, preconcebida o conocida de antemano, de la infinidad de acciones y reacciones particulares ejercidas recíproca e incesantemente por todas las cosas que poseen una existencia real. Definida de esta forma, esta Solidaridad Universal, la Naturaleza concebida como un universo infinito, se impone a nuestra mente como una necesidad racional....

Causalidad universal y dinámica creativa. Es razonable pensar que esta Solidaridad Universal no puede tener el carácter de una primera causa absoluta; al contrario, es simplemente el resultado producido por la acción espontánea de causas particulares, cuya totalidad constituye la causalidad universal. Siempre crea y será creada de nuevo; es la Unidad combinada y surgida para siempre en la infinita totalidad de incesantes transformaciones de todas las cosas existentes; y al mismo tiempo es lo creador de esas mismas cosas; cada punto actúa sobre el Todo (aquí el Universo es el producto resultante); y el Todo actúa sobre cada punto (aquí el Universo es el Creador).

El creador del Universo. Habiendo dado esta definición puedo decir, sin miedo a expresarme ambiguamente, que la Causalidad Universal, la Naturaleza, crea los mundos. Es .esta causalidad lo que ha determinado la estructura mecánica, física, geológica y geográfica de nuestra tierra, y tras cubrir su superficie con los esplendores de la vida vegetal y animal, sigue aún creando en el mundo humano la sociedad, con todos sus desarrollos pasados, presentes y futuros.

La Naturaleza actúa con arreglo a ley. Cuando el hombre comienza a observar con atención firme y prolongada la parte de la naturaleza que le rodea y que descubre dentro de sí, acabará advirtiendo que todas las cosas están gobernadas por leyes inmanentes constitutivas de su propia naturaleza particular; que cada cosa posee su propia forma peculiar de transformación y acción; que en esta transformación y acción hay una sucesión de hechos y fenómenos que se repite invariablemente bajo las mismas condiciones; y que, bajo la influencia de condiciones nuevas y determinantes, cambia de un modo igualmente regular y determinado. Esta constante repetición de los mismos hechos a través de la acción de las mismas causas constituye precisamente el método legislativo de la Naturaleza: orden en la infinita diversidad de hechos y fenómenos.

La ley suprema. La suma de todas las leyes conocidas y desconocidas que operan en el universo constituye su ley única y suprema.

En el comienzo era la acción. Es razonable pensar que en el Universo así concebido no tienen cabida ideas a priori ni leyes preconcebidas o preordenadas. Las ideas, incluyendo la de Dios, sólo existen sobre la tierra en cuanto son producidas por mente. Es, por tanto, claro que emergieron mucho después de los hechos naturales y mucho después de las leyes que gobiernan tales hechos. Si son verdaderas, corresponden a esas leyes; y son falsas si las contradicen. En cuanto a las leyes naturales, sólo se manifiestan bajo esta forma ideal o abstracta de la legalidad en la mente humana, reproducidas por nuestro cerebro sobre la base de una observación más o menos exacta de las cosas, los fenómenos y la sucesión de los hechos; asumen la forma de ideas humanas con un carácter casi espontáneo. Antes de surgir el pensamiento humano eran leyes desconocidas en cuanto tales, y existían únicamente en el estado de procesos reales o naturales que, como antes indiqué, están siempre, determinados por la indefinida concurrencia de condiciones. Influencias y causas particulares que se repiten regularmente. En esa medida, el término Naturaleza excluye cualquier idea mística o metafísica de una Sustancia, de una Causa Final o de una creación providencialmente emprendida y dirigida.

Creación. Con la palabra creación no queremos indicar una creación teológica o metafísica, ni tampoco una forma artística, científica, industrial o de cualquier otro tipo que presuponga un creador individual. Con este término indicamos simplemente el proyecto infinitamente complejo de un número ilimitable de causas ampliamente diversas" grandes y pequeñas, conocidas algunas pero desconocidas "todavía en su mayor parte que habiéndose combinado en un momento preciso (por supuesto, no sin causa, pero sin premeditación alguna y sin planes trazados de antemano), produjeron este hecho.

Armonía en la Naturaleza. Pero se nos dice que de ser así las cosas, la historia y los destinos de la sociedad humana serían un puro caos; se trataría de meros juegos del azar; sin embargo, lo cierto es exactamente lo contrario; sólo cuando la historia se emancipa de la arbitrariedad divina y humana se presenta con toda la imponente, y al mismo tiempo racional, grandeza de un desarrollo necesario, como la Naturaleza orgánica y física de la cual es continuación directa. A pesar de la inacabable riqueza y variedad de seres que la constituyen, la Naturaleza no presenta en modo alguno un caos, sino más bien un mundo prodigiosamente organizado donde cada parte está vinculada lógicamente a todas las demás.

La lógica de la divinidad. Pero, se nos dice también, debe haber existido un regulador. ¡En absoluto! Un regulador, aunque fuese Dios, sólo frustraría con su intervención arbitraria el orden natural y el desarrollo lógico de las cosas, y efectivamente vemos que en todas las religiones el atributo principal de la divinidad consiste en ser superior, es decir, en ser contrario a toda lógica y en poseer una lógica propia: la lógica de la imposibilidad natural o de lo absurdo.

La lógica de la Naturaleza. Decir que Dios no es contrario a la lógica es decir que es absolutamente idéntico a ella, que él mismo no es más que lógica; esto es, el curso natural y el desarrollo de las cosas reales. En otras palabras, es decir que Dios no existe. La existencia de Dios sólo tiene sentido en cuanto implica la negación de leyes naturales. Por consiguiente, se plantea un dilema inevitable:

El dilema. Dios existe, y en consecuencia no pueden existir leyes naturales, y el mundo presenta un puro caos; o el mundo no es caos, y posee un orden inmanente, con lo cual Dios no existe.

El axioma. ¿Qué es lógico sino el curso natural de las cosas, o los procesos naturales por cuya mediación muchas causas determinantes producen un hecho? En consecuencia. Podemos enunciar este axioma muy simple y al mismo tiempo decisivo:

Todo lo natural es lógico, y todo cuanto es lógico se realiza o está destinado a realizarse en el mundo natural: en la Naturaleza en el sentido adecuado de la palabra y en su desarrollo ulterior, que es la historia natural de la sociedad humana

La primera causa. ¿Pero cómo y por qué existen las leyes del mundo natural y social si nadie los creó y nadie los gobierna? ¿Qué les proporciona su carácter invariable? No está en mi mano resolver este problema y que yo sepa nadie ha encontrado jamás una respuesta; indudablemente, nadie la encontrará jamás.

Las leyes naturales y sociales existen en el mundo real y son inseparables de él; inseparables de la totalidad de cosas y hechos que constituyen sus productos y efectos. A menos, que nosotros nos convirtamos en causas relativas de nuevos seres, cosas y hechos. Esto es todo cuanto sabemos y. según pienso, todo cuanto podemos saber. Además ¿cómo encontrar la primera causa si no existe? Lo que hemos llamado Causalidad Universal sólo es en sí mismo el resultado de todas las causas particulares que actúan en el Universo.

La metafísica, la teología, la ciencia, y la primera causa. El teólogo y el metafísico se aprovecharían con gusto de esa ignorancia humana forzosa y necesariamente eterna para imponer sus falacias y fantasías a la humanidad. Pero la ciencia se burla de ese consuelo trivial: lo detesta como ilusión ridícula y peligrosa. Cuando se siente incapaz de proseguir sus investigaciones, cuando se ve forzada a descartarlas por el momento, preferirá decir «no sé» antes que presentar hipótesis in verificables como verdades absolutas. La ciencia ha hecho más que eso: ha conseguido probar con una evidencia impecable el absurdo y la insignificancia de todas las concepciones teológicas y metafísicas. Pero no las ha destruido para sustituirlas por nuevas absurdeces. Cuando alcanza el límite de su conocimiento dirá con toda honestidad: «no sé». Pero jamás extraerá ninguna consecuencia de lo que no sabe y no puede saber.

La ciencia universal es un ideal inalcanzable. De este modo, la ciencia universal es un ideal que el hombre nunca será capaz de realizar por completo. Siempre se verá forzado a contentarse con la ciencia de su propio mundo, y aunque esta ciencia alcance la estrella más distante, seguirá sabiendo muy poco sobre ella. La verdadera ciencia sólo comprende el sistema solar, nuestra esfera terrestre, y cuanto acontece y sucede sobre esta tierra. Pero incluso dentro de esos límites, la ciencia sigue siendo demasiado vasta para ser abarcada por un hombre o una generación, tanto más cuanto que los detalles de nuestro mundo se pierden en lo infinitesimal y su diversidad trasciende cualquier límite definido.

La hipótesis de una legislación divina conduce a la negación de la Naturaleza. Si en el universo reina la armonía y el acuerdo con la ley, no es porque esté gobernado según un sistema preconcebido y ordenado de antemano por la Voluntad Suprema. La hipótesis teológica de una legislación divina conduce a un manifiesto absurdo ya la negación no sólo de, cualquier orden, sino de la propia Naturaleza. Las leyes solo son reales cuando resultan inseparables de las propias cosas, es decir, cuando no están ordenadas por un poder extraño. Esas leyes no son sino simples manifestaciones o variaciones continúas de las cosas y combinaciones de diversos hechos pasajeros, pero reales.

La Naturaleza misma no conoce ley alguna. Todo esto constituye lo que denominamos Naturaleza. Pero la Naturaleza no conoce ley alguna. Trabaja inconscientemente, y presenta una infinita variedad de fenómenos que se manifiestan y se repiten a sí mismos inevitablemente. Sólo debido a esta inevitabilidad de la acción puede existir y existe un orden en el Universo.

La unidad del mundo físico y social. La mente humana y la ciencia por ella estudian esas características y combinaciones de cosas, sistematizándolas y clasificándolas con la ayuda de los experimentos y de la observación. A tales clasificaciones y sistematizaciones se les aplica el término de leyes naturales. Hasta el presente, la ciencia ha tenido por objeto sólo lo mental, reflejado, y en la medida de lo posible la reproducción sistemática de leyes inmanentes a la vida material tanto como a la vida intelectual y moral del mundo físico y social, que en realidad constituyen un único mundo natural.

La clasificación de las leyes naturales. Estas leyes entran en dos categorías: la de las leyes generales y la de las leyes particulares y especiales. Las leyes matemáticas, mecánicas, físicas y químicas son, por ejemplo, leyes generales que se manifiestan en todo cuanto posee verdadera existencia; en resumen, son inmanentes a la materia, es decir, inmanentes al único ser real y universal, verdadera base de todas las cosas existentes.

Leyes universales. Las leyes del equilibrio, de la combinación e interacción mutua de fuerzas o del movimiento mecánico; la ley de gravitación, de vibración de los cuerpos, del calor, de la luz y de la electricidad, de la composición y descomposición química, son inmanentes a todas las cosas que existen. No están fuera de estas leyes las manifestaciones de la voluntad, el sentimiento y la inteligencia que constituyen el mundo ideal del hombre, y que sólo son funciones materiales de la materia organizada y viviente en los cuerpos animales, en especial en el animal humano. En consecuencia, todas esas leyes son generales, puesto que todos los diversos órdenes conocidos y desconocidos de la existencia real están sometidos a su intervención.

Leyes particulares. Pero también existen leyes particulares que sólo son relevantes para órdenes específicos de fenómenos, hechos y cosas, y que forman sus propios sistemas o grupos; así acontece, por ejemplo, con el sistema de las leyes geológicas, el sistema de las leyes que pertenecen a los organismos vegetales y animales y, por último, con las leyes que gobiernan el desarrollo ideal y social del animal más perfecto existente sobre la tierra: el hombre.
Interacción y cohesión en la Naturaleza. Esto no significa que las leyes pertenecientes a un sistema sean extrañas a las leyes subyacentes al otro sistema. En la naturaleza todo está mucho más estrechamente interconectado de lo que solían pensar y quizá desear los pedantes de la ciencia interesados en una mayor precisión en sus trabajos clasificatorios

El proceso invariable mediante el cual un fenómeno natural extrínseco o intrínseco se reproduce constantemente y la invariable sucesión de hechos que constituyen este fenómeno, representan precisamente lo que denominamos su ley. No obstante, esta constancia y esta pauta recurrente no poseen un carácter absoluto .

Límites de la comprensión humana del universo. Jamás conseguiremos captar, y mucho menos comprender, el verdadero sistema del universo, infinitamente extendido en un sentido, y en otro infinitamente especializado. Jamás lo lograremos porque nuestras investigaciones tropiezan con dos infinitos: lo infinitamente grande y lo infinitamente pequeño

Sus detalles son inagotables. El hombre jamás podrá conocer más que una parte infinitesimalmente pequeña del mundo exterior. Nuestro cielo cuajado de estrellas con su multitud de formas y de soles constituye sólo una partícula imperceptible en la inmensidad del espacio, y aunque nuestro ojo le observe, no sabemos casi nada de él; hemos de contentarnos con una minúscula porción de conocimiento sobre nuestro sistema solar, que suponemos en perfecta armonía con el resto del Universo. Porque si esa armonía no existiese, sería necesario establecerla o perecería todo nuestro sistema.

Ya hemos obtenido una idea aceptable de la actuación de esta armonía con respecto a la mecánica celeste; y estamos empezando también a descubrir cada vez más cosas en los campos de la física, la química, e incluso la geología.

Sólo con grandes dificultades, nuestro conocimiento sobrepasará considerablemente ese nivel. Si buscamos una sabiduría más concreta debemos mantenernos cerca de nuestra esfera terrestre. Sabemos que nuestra tierra nació en el tiempo, y suponemos que perecerá tras un número desconocido de siglos lo mismo que cualquier ser que nace existe durante algún tiempo y luego perece, o más bien sufre una serie de transformaciones.

¿Cómo nuestra esfera terrestre, que al principio era materia incandescente y gaseosa, se enfrió y adquirió una forma definitiva? ¿Cuál fue la naturaleza de la prodigiosa serie de evoluciones geológicas que tuvo de atravesar antes de poder producir sobre su superficie esta riqueza inconmensurable de vida orgánica, comenzando por la primera célula y acabando por el hombre? ¿Cómo siguió transformándose, y cómo continúa su desarrollo, en el mundo histórico y social del hombre? ¿Hacia dónde nos dirigimos, movido por la ley suprema e inevitable de transformaciones incesantes que en la sociedad humana se denomina progreso?

Estas son las únicas cuestiones abiertas ante nosotros, las únicas preguntas que pueden y deben aceptarse, estudiarse y, ser resueltas por el hombre. Formando como hemos dicho, sólo una partícula imperceptible en la pregunta ilimitada e indefinible del universo, presentan ante nuestros espíritus un mundo que es infinito en el sentido real, y no divino o abstracto, de la palabra. No es infinito en el sentido de un ser supremo creado por la abstracción religiosa; por el contrario, es infinito por la tremenda riqueza de sus detalles, que ninguna observación y ninguna ciencia podrán agotar nunca.

El hombre debería conocer las leyes que gobiernan el mundo. Pero si el hombre no quiere renunciar a su humanidad, ha de saber, ha de penetrar con su espíritu todo el mundo visible y sin mantener la esperanza de comprender alguna vez su esencia hundirse en un estudio cada vez más profundo de sus leyes: porque nuestra humanidad sólo se adquiere a ese precio. El hombre debe conseguir un conocimiento de todos los niveles inferiores, de los que le preceden y de los que son contemporáneos a su propia existencia; de todas las evoluciones mecánicas, físicas, químicas, geológicas, vegetales y animales (es decir, de todas las causas y condiciones de su propio nacimiento y existencia), para ser así capaz de comprender su propia naturaleza y su misión sobre esta tierra su único hogar y su único escenario de acción y convenir de esta forma que en este mundo de ciega fatalidad pueda inaugurarse el reino de la libertad .

La abstracción y el análisis son los medios a través de los cuales se puede comprender el universo. Y a fin de comprender este mundo, este mundo infinito, no es suficiente la abstracción aislada. De nuevo nos llevaría inevitablemente a Dios, al no ser. Mientras aplicamos nuestra facultad de abstracción, sin la cual jamás podríamos elevarnos desde un orden simple a un orden más complejo de cosas y, en consecuencia, jamás comprenderíamos la jerarquía natural de los seres, es necesario que nuestra inteligencia se sumerja con amor y respeto en un concienzudo estudio de los detalles y de las minucias infinitesimales, sin los cuales sería imposible concebir la realidad viviente de los seres.

Sólo unificando ambas facultades, esas dos tendencias aparentemente contradictorias la abstracción y un análisis atento, escrupuloso y paciente de los detalles- podemos elevarnos aun verdadero concepto de nuestro mundo (infinito no sólo externamente, sino también internamente), y formarnos una idea de algún modo adecuada de nuestro Universo, de nuestra esfera terrestre o, si se prefiere, de nuestro sistema solar. Se hace entonces evidente que, mientras nuestras sensaciones y nuestra imaginación sólo pueden proporcionarnos una imagen o una representación de nuestro mundo necesariamente falsa en mayor o menor medida, sólo la ciencia puede proporcionarnos una visión clara y precisa del mismo.

La tarea del hombre es inagotable. Tal es la tarea del hombre: inagotable, infinita, de sobra suficiente para satisfacer el Corazón y el espíritu, de los más ambiciosos. Un ser pasajero e imperceptible perdido en medio de un océano sin riberas de cambio universal, teniendo una eternidad desconocida tras él y una eternidad igualmente desconocida por delante de él, el hombre pensante y activo, consciente de su misión humana, permanece orgulloso y sereno en la conciencia de su libertad ganada liberándose así mismo mediante el trabajo y la ciencia, y liberando mediante la rebelión cuando es necesaria a los demás hombres, iguales y hermanos suyos. Este es su consuelo, su recompensa, su único paraíso.

La unidad verdadera es negación de Dios. Si le preguntáis después de este cuál es su pensamiento íntimo y su última palabra sobre la verdadera unidad del universo, os dirá que está constituida por la eterna transformación, un movimiento infinitamente detallado y diversificado que se auto regula y que carece de comienzo, límite y fin. Y este movimiento es absolutamente lo contrario a cualquier doctrina de la Providencia; es la negación de Dios

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